Desde la pubertad, nos pasamos la vida queriendo ser atractivos. El peinado, la ropa, el coche, son atributos para que nos elijan.
“Elígeme” es el mensaje que proyectamos para consumar el impulso humano más potente, que es el de la preservación genética, es decir, tener descendencia.
Según Helen Fisher, este impulso necesita que la elección de pareja sea sólida y duradera para criar a los retoños con seguridad.
Y se expresa en el cerebro en tres circuitos básicos profundamente integrados desde el inicio de la humanidad:
- El impulso sexual. Responde a un patrón de azar. Cualquiera puede ser el objeto de esta pulsión.
- El instinto de apego. Es seguridad. Es una elección duradera necesaria al menos hasta el fin de la crianza.
- El amor romántico. Es una obsesión. Nos posee. Perdemos el sentido de nuestro ser. No dejamos de pensar en otro ser humano.
En esta disposición cerebral, los circuitos no siempre están conectados entre sí. Y a esto responde que podamos amar a varias personas a la vez: sentir amor romántico por una, apego por otra y deseo por otra
Son muchas las regiones del cerebro ligadas al amor romántico. Desde el neocórtex al hipocampo, pasando por la amígdala y el circuito de compensación, que es completamente inconsciente y asociado al deseo, y al ansia.
Así que el amor romántico es ansia. No es una emoción, ni un sentimiento. Es un impulso complejo, pero impulso, que se activa como una auténtica adicción.
Lo curioso es que el desamor activa las mismas áreas del cerebro. Nos hacen daño, nos dejan desequilibrados química y psicológicamente, y nuestro cerebro sigue enamorado.
Sorprende también que lo esté aún con más fuerza, porque el sistema de recompensa se intensifica cuando no podemos obtener lo que deseamos.
El amor romántico es una de las sustancias más adictivas en la Tierra. Platón escribió que “El buen amor vive en estado de necesidad”.
Si estamos en una relación de larga duración, para seguir generando ese desequilibrio homeostático, como el hambre o la sed, que es el deseo, Esther Perel advierte de la paradoja del amor; necesitamos tanto intimidad como autonomía.
Al amor le gusta reducir la distancia entre los amantes. Pero el deseo se alimenta de esa separación.
Si la intimidad crece a través de lo cotidiano, el amor romántico prospera en lo inesperado.
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Te propongo “fabricar una pausa de serenidad” y reflexionar sobre lo que es el amor y el desamor romántico en realidad.
En calma observa si sigues algún patrón adictivo, y si te hace sufrir, pide ayuda terapéutica.
Empieza colocando los “Hombros Lejos de las Orejas”, la postura óptima para serenar la mente. Este es el Método Todoyoga.
El amor no es tan romántico.
"Elígeme" es un impulso.
Desde la pubertad, nos pasamos la vida queriendo ser atractivos. El peinado, la ropa, el coche, son atributos para que nos elijan.
“Elígeme” es el mensaje que proyectamos para consumar el impulso humano más potente, que es el de la preservación genética, es decir, tener descendencia.
Según Helen Fisher, este impulso necesita que la elección de pareja sea sólida y duradera para criar a los retoños con seguridad.
Y se expresa en el cerebro en tres circuitos básicos profundamente integrados desde el inicio de la humanidad:
- El impulso sexual. Responde a un patrón de azar. Cualquiera puede ser el objeto de esta pulsión.
- El instinto de apego. Es seguridad. Es una elección duradera necesaria al menos hasta el fin de la crianza.
- El amor romántico. Es una obsesión. Nos posee. Perdemos el sentido de nuestro ser. No dejamos de pensar en otro ser humano.
En esta disposición cerebral, los circuitos no siempre están conectados entre sí. Y a esto responde que podamos amar a varias personas a la vez: sentir amor romántico por una, apego por otra y deseo por otra
Son muchas las regiones del cerebro ligadas al amor romántico. Desde el neocórtex al hipocampo, pasando por la amígdala y el circuito de compensación, que es completamente inconsciente y asociado al deseo, y al ansia.
Así que el amor romántico es ansia. No es una emoción, ni un sentimiento. Es un impulso complejo, pero impulso, que se activa como una auténtica adicción.
Lo curioso es que el desamor activa las mismas áreas del cerebro. Nos hacen daño, nos dejan desequilibrados química y psicológicamente, y nuestro cerebro sigue enamorado.
Sorprende también que lo esté aún con más fuerza, porque el sistema de recompensa se intensifica cuando no podemos obtener lo que deseamos.
El amor romántico es una de las sustancias más adictivas en la Tierra. Platón escribió que “El buen amor vive en estado de necesidad”.
Si estamos en una relación de larga duración, para seguir generando ese desequilibrio homeostático, como el hambre o la sed, que es el deseo, Esther Perel advierte de la paradoja del amor; necesitamos tanto intimidad como autonomía.
Al amor le gusta reducir la distancia entre los amantes. Pero el deseo se alimenta de esa separación.
Si la intimidad crece a través de lo cotidiano, el amor romántico prospera en lo inesperado.
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Te propongo “fabricar una pausa de serenidad” y reflexionar sobre lo que es el amor y el desamor romántico en realidad.
En calma observa si sigues algún patrón adictivo, y si te hace sufrir, pide ayuda terapéutica.
Empieza colocando los “Hombros Lejos de las Orejas”, la postura óptima para serenar la mente. Este es el Método Todoyoga.
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